domingo, 16 de junho de 2013

El último dios

(Contribuciones a la filosofía. Sobre el acontecimiento-apropiador)
Martín Heidegger.

Traducción de Fabián Mié. Nombres. Revista de Filosofía. Cordoba. Año VI. N° 8-9, nov. 96. Tipeó e indexó Di biase, Nicolas.

 

: 253. LO ÚLTIMO
es Aquello que no sólo necesita la más larga serie de pre-cursores, sino que incluso es esta serie; no el terminar, sino el más profundo inicio, que extendiéndose con total amplitud se recoge en sí muy difícilmente.
Lo último se retrae, por tanto, de todo cálculo y debe, así, ser capaz de soportar el peso de la más estruendosa y frecuente malinterpretación. ¿Cómo podria ser de otra manera Aquello que se adelanta?
¿Si comprendemos ya tan poco la “muerte” en sus aspectos más exteriores, cómo queremos entonces estar ya maduros para la infrecuente señal del último dios?
 
: 254. LA DENEGACIÓN
Nos desplazamos al espacio-tiempo de la decisión sobre la huida y la llegada de los dioses. Pero ¿cómo? ¿Llegará a ser lo uno o lo otro un suceso futuro, debe determinar lo uno o lo otro la espera constructiva? ¿O es la decisión la apertura de un espacio-tiempo completamente diferente para una verdad, por cierto la primera verdad fundada del ser , el acontecer-apropiador?
Pero ¿y si aquel ámbito de decisión en conjunto, huida o advenimiento de los dioses, fuera justamente el final mismo? ¿Y si, más allá de eso, el ser debiera comprenderse por primera vez en su verdad como el acontecer-apropiador, que como tal hace acontecer Aquello que denominamos denegación?
No se trata de una huida ni de un advenimiento, pero tampoco de algo que fuera tanto una huida como conjuntamente un advenimiento, sino de algo originario, el pleno concederse del ser en la denegación. Aquí se funda el origen del estilo futuro, e. d. del comportamiento en la verdad del ser.
La denegación es la nobleza más alta del donar y el rasgo fundamental del ocultarse, cuya manifestabilidad constituye la esencia originaria de la verdad del ser. Sólo así el ser deviene el extrañamiento mismo, el paso tranquilo, fugaz, del último dios.
Pero el ser-ahí ha tenido lugar en el ser, como guardián de esa quietud. Huida y llegada de los dioses se desplazan ahora conjuntamente a lo sido y se sustraen de lo pasado.
Pero lo venidero, la verdad del ser como denegación, tiene en sí la garantía de la grandeza, no de la vacía y enorme eternidad, sino del trayecto más breve.
Pero a esta verdad del ser, la denegación, pertenece el velamiento de lo inexistente como tal, el desligamiento y la disipación del ser. Recién ahora debe permanecer el abandono del ser3. El desligamiento, no obstante, no es vacua arbitrariedad y desorden; por el contrario: todo está ahora guarecido en la planeada dirigibilidad y justeza de la salida segura y del dominio "sin resto". La maquinación toma a su cuidado lo inexistente bajo la apariencia de lo ente, y la devastación ineludible y con ello forzada del hombre se compensa con la "vivencia".
Todo esto, justamente en tanto inesencial, debe pues llegar a ser más necesario que nunca, porque lo más Extraño también precisa de lo más común, mientras que la escisión del ser no debe ser soterrada mediante la apariencia artificial del equilibrio, de la "felicidad" y de la falsa perfección; pues el último dios aborrece en primer lugar todo esto.
¿Pero no es el último dios una degradación del Dios, incluso la blasfemia sin más? ¿Pero cómo, si es necesario que el último dios sea llamado así, por qué hace descender entre los dioses la decisión sobre ellos, elevando de este modo a lo más alto la esencia singular de lo divino?
El último dios es algo sobre lo cual resulta imposible cualquier saber, si aquí pensamos calculadoramente y tomamos este "último" sólo como un término y un final, en lugar de tomarlo como la más extrema y fulmínea decisión sobre lo más alto. ¿Pero cómo se puede querer pensar lo divino calculando, en lugar de meditar sobre el peligro de algo extraño e incalculable?
 
: 255. LA VUELTA EN EL ACONTECIMIENTO-APROPIADOR*
El acontecimiento-apropiador tiene su acontecer más íntimo y su más amplia expansión en la vuelta. La vuelta, que se esencia en el acontecimiento-apropiador, es el fundamento oculto de todas las otras 
vueltas, círculos y cercos, que se toman voluntariamente como “último”, subordinados, oscuros en su procedencia, permaneciendo incuestionados (cf. p. e. la vuelta en la estructura de las preguntas conductoras; el círculo del comprender).
¿Qué es esta vuelta originaria que tiene lugar en el acontecimiento-apropiador? Solamente la acometida del ser como acontecer apropiador del ahí lleva al ser-ahí a él mismo, y de esta manera a la consumación (a la salvación) de la verdad fundada en el ente sólidamente, que halla su sitio en el oculto albergar iluminado del ahí.
Y en la vuelta: sólo la fundación del ser-ahí, la preparación de la disponibilidad para el rapto que desplaza a la verdad del ser, aporta lo que sirve y lo que es perteneciente a la señal del acometedor acontecimiento-apropiador.
Si el ser-ahí, el centro abierto de la mismidad que funda la verdad, se yecta a sí y se hace un si solamente a través del acontecimiento-apropiador, entonces el ser ahí, como posibilidad oculta del esenciar fundante del ser, debe pertenecer nuevamente al acontecimientoapropiador.
Y en la vuelta: el acontecimiento-apropiador precisa necesariamente del ser ahí; y necesitando de él lo coloca en la llamada y así lo trae frente al paso fugaz del último dios.
La vuelta se esencia entre el llamado (al perteneciente) y el prestar oído (del que ha sido llamado). Vuelta es re-torno. La vocación al salto en el acontecimiento-apropiador es la gran calma del más oculto conocerse.
De aquí toma su origen todo lenguaje del ser-ahí y es, por tanto, esencialmente el guardar silencio (cf. comportamiento, acontecimiento-apropiador, verdad y lenguaje)
El acontecimiento-apropiador “es” así el dominio supremo, como retorno a través del volver y de la huida de los dioses que han sido. El dios extremo necesita del ser.
El llamado es a la vez acometida y falta en el secreto del acontecimiento- apropiador.
En la vuelta juegan las señales del último dios como acometida y falta del advenimiento y de la huida de los dioses y de sus dominios.
En estas señales se señala la ley del último dios, la ley de la gran singularización en el ser-ahí, de la soledad de la ofrenda, de la singularidad de la elección del más breve y escarpado trayecto.
En la esencia del hacer señas yace el secreto de la unidad entre la más íntima cercanía y el alejamiento más extremo, la máxima extensión del espacio-juego-tiempo del ser. Este extremo del esenciar del ser exige la más íntima indigencia, el abandono del ser
Este estado de indigencia pertenece necesariamente al llamado imperioso del hacer señas. Solamente lo que suena en tal prestar oídos y dispone para la amplitud es capaz de preparar para la disputa de tierra y mundo, para la verdad del Ahí, y a través de éste el sitio del instante de la decisión y, así, de la disputa y con ello del albergar en el ente.
Si este llamado del más extremo hacer señales, el secretisimo acontecimiento-apropiador, sucede aún una vez abiertamente, o si la necesidad enmudece y falta todo dominio, y si, cuando el llamado tiene lugar, es entonces percibido, si el salto en el ser-ahí y con ello, a partir de su verdad, la vuelta se hace aún historia, en esto se decide el futuro del hombre. El puede espoliar y devastar los planetas con sus maquinaciones aún por siglos, lo gigantesco de este impulso puede "desarrollarse" hacia lo inimaginable y asumir la forma de una aparente rigurosidad, de disciplinar el desierto como tal; la grandeza del ser, mientras tanto, permanece ocluida, puesto que no tiene ya lugar decisión alguna acerca de la verdad y no verdad y sobre su esencia. Tan sólo se calcula el saldo del éxito y el fracaso de las maquinaciones. Este calcular se extiende hacia una presunta "eternidad", que no es ninguna eternidad sino sólo el etcétera infinito de la fugacidad completamente devastada.
Si no es querida la verdad del ser5, si no es movido el preguntar a la voluntad de saber y experimentar, se sustrae todo espacio-tiempo al instante, al relampaguear del ser que proviene de la permanecia del acontecimiento- apropiador, simple y jamás calculable.
 
Pero el instante pertenece aún sólo a las soledades más solitarias, a las que queda rehusado el asentimiento fundante que instaura una historia.
Estos instantes, empero, y solamente ellos, pueden llegar a ser las solicitudes, en las cuales la vuelta del acontecimiento-apropiador se despliega y dispone hacia la verdad.
Pero, sólo la pura firmeza en lo invisiblemente simple y esencial estará madura para la preparación de tal solicitud, nunca la fugacidad de las maquinaciones, que apresuradamente se sobrepasan a sí mismas.
 
:256. EL ÚLTIMO DIOS
Él tiene su esenciar en la señal, en la acometida y la falta tanto del advenimiento como de la huida de los dioses que han sido y de sus cambios ocultos. El último dios no es el acontecimiento-apropiador mismo, aunque precisa de él como de aquello a lo cual pertenece el fundador-Ahí.
Como acontecimiento-apropiador, esta señal coloca al ente en el más extremo abandono del ser6 e irradía, a la vez, la verdad del ser7 como el más íntimo brillar de ese abandono.
En el dominio de la señal se encuentran nuevamente tierra y mundo en la más simple disputa: la pura oclusión y la suprema transfiguración, el más propicio encantamiento y el rapto más tremendo. Y esto cada vez regresa sólo históricamente en los estadios y ámbitos y grados en que la verdad es salvada en el ente, a través de lo cual únicamente éste se hace de nuevo más ente en toda la extinción enorme, y no obstante falsa.
En tal esenciar del hacer señas alcanza su madurez el ser mismo. La madurez es la disposición, a ser fruto y don. Aquí esencia lo último, el final esencial, exigido a partir del inicio, y no algo adicional. Aquí se revela la más íntima finitud del ser: en la señal del último dios.
En la madurez, en la riqueza para el fruto y en la grandeza del donar reside a la vez la esencia más oculta del no, como aún-no y ya-no.
Desde aquí puede vislumbrarse en el ser el intimo in-esenciarse de lo que tiene caracter negativo. Pero, conforme al esenciar del ser, en el juego del ataque y la falta, tiene el mismo no diferentes formas de su verdad, y, conforme a esta, también la tiene la nada. Si ésta resulta calculada sólo "lógicamente" a través de la negación del ente en el sentido de lo que está presente (cf. la anotación en el ejemplar de trabajo de "¿Qué es metafísica?") y es aclarada de manera estrictamente literal; con otras palabras, si el preguntar no alcanza en absoluto el ámbito de la pregunta por el ser, entonces cualquier objeción a la pregunta por la nada resulta habladuria vana, a la cual queda arrebatada cualquier posibilidad de penetrar alguna vez en el ámbito decisivo de la pregunta por la más esencial finitud del ser.
Pero este ámbito sólo resultará accesible en virtud de la preparación de un largo presagio del último dios. Y los que vendrán, que pertenecen al último dios, llegarán a estar preparados solamente por aquellos que encuentren, midan y construyan, el camino del regreso desde la experiencia del abandono del ser6. Sin el sacrificio de éstos que hacen el camino de regreso, no se llegará nunca ni siquiera al alba, la posibilidad de las señales del último dios. Estos que hacen el camino-de-regreso son los verdaderos pre-decesores de los venideros.
(Pero éstos que regresan son completamente diferentes de los muchos solamente “reactivos", cuya “acción” se agota en el ciego aferrarse a lo que ha sido visto miopemente hasta el momento de esa acción. Para éstos nunca se ha puesto de manifiesto lo sido en su inserción en lo venidero y nunca tampoco lo venidero en su llamado a lo sido).
El último dios posee su más singular singularidad y está fuera de aquella determinación calculadora que comunican los títulos “monoteísmo”, “pan-teísmo” y “a-teísmo·. El “monoteísmo” y todos los tipos del “teísmo” existen recién a partir de la “apologética” judeo-cristiana, que tiene a la metafísica como supuesto especulativo. Con la muerte de este dios caen todos los teísmos. La multiplicidad de los dioses no está sometida a ningún número, sino a la riqueza interna de los fundamentos y abismos en los lugares del instante del resplandecer y del ocultarse del hacer señales del último dios.
El último dios no es el final, sino el otro inicio de posibilidades sin medida de nuestra historia. Por eso no puede terminar la historia anterior, sino que es preciso que sea llevada hasta su final. Debemos llevar a la transición y a la disposición el transfigurarse de sus posiciones esenciales y fundamentales.
Preparar la aparición del último dios es el riesgo más extremo de la verdad del ser, y sólo en virtud de esto es posible la restitución del ente al hombre.
La más extrema cercanía del último dios se produce, entonces, cuando el  acontecimiento-apropiador,  el  vacilante  rehusarse,  alcanza  la denegación. Esto es algo esencialmente diferente de la mera ausencia La denegación, en cuanto pertenece al acontecimiento-apropiador, se deja experimentar sólo desde la esencia más originaria del ser, tal como resplandece en el pensar del otro inicio.
La denegación, como la cercanía de lo inevitable transforma al ser-ahí en algo superado; esto quiere decir: no lo derriba, sino que lo arranca elevándolo a la fundación de su libertad.
Pero si acaso un hombre puede dominar ambas cosas, el faltar aún del rumor evocador del acontecimiento-apropiador como denegación, y la realización del tránsito a la fundación de la libertad del ente como tal, del tránsito a la renovación del mundo a partir de la salvación de la tierra, ¿quién podría decidirlo y saberlo? Y así quienes se consuman en esta historia y en su fundamento, permanecen separados entre sí, como las cumbres de las montañas más distantes.
La extrema lejanía del último dios en la denegación es una cercanía peculiar, una referencia que no debe ser deformada ni apartada por ninguna “dialéctica”.
Pero la cercanía suena en la consonancia del ser con la experiencia de la indigencia del abandono del ser9. Esta experiencia, sin embargo, es el primer paso hacia el asalto del ser-ahí. Pues solamente si el hombre sale de esta indigencia lleva la necesidad misma a la iluminación, y recién  entonces conduce al júbilo del ser, y junto con éste a la libre participación.
Sólo quien piensa demasiado corto, esto es, quien nunca piensa propiamente, permanece adherido allí donde apremia un rechazo y una negación, para hallar un pretexto a la desesperación. Esto es siempre un testimonio de que no hemos aún medido completamente el giro del ser hasta el punto de encontrar allí la medida del ser ahí.
La denegación compele al ser ahí hacia sí mismo en cuanto funda el sitio del primer paso fugaz del dios, de Aquel que se niega. Recién a partir de ese instante puede estimarse cómo el ser, en tanto ámbito del acontecimiento-apropiador, debe restituir el ente a aquel estado de necesidad que supera al ente, y en el cual tiene que consumarse el homenaje al dios.
Nos hallamos en esta lucha por el último dios, y esto significa por la fundación de la verdad del ser en tanto espacio-tiempo de la tranquilidad del paso fugaz del dios (pues no somos capaces de luchar por el dios mismo); estamos necesariamente en el dominio del ser como acontecer apropiador, y con ello en la más extrema lejanía del muy brusco torbellino de la vuelta.
Debemos preparar la fundación de la verdad, y parece como si con ello estuviera ya predeterminado el homenaje y con éste la salvación del último dios. Tenemos que saber y atenemos, a la vez, a que el albergar de la verdad en el ente, y con ello la historia de la salvación del dios, sólo es exigida por él mismo y por el modo según el cual él nos necesita como fundadores del ser-ahí; exigida no como una tabla de mandamientos, sino más originariamente; y esencialmente de manera tal que su paso fugaz reclama que el ente permanezca, y con ello que lo haga el hombre que está en él; una permanencia recién en la cual el ente llegará a mantenerse firme alguna vez en la sencillez de su esencia recobrada (como obra, herramienta, cosa, hecho, mirada y palabra) ante el paso fugaz, sin detenerlo, sino más bien dejándolo gobernar como paso.
Aquí no tiene lugar ninguna redención, e.d., en el fondo, ninguna derrota del hombre, sino la colocación de la esencia más originaria (fundación del ser-ahí en el ser mismo: el reconocimiento de la pertenencia del hombre al ser a través del dios, la admisión de que el dios, sin que ello comprometa su grandeza, tiene necesidad del ser.
Es solamente aquella pertenencia al ser y esta necesidad del ser las que develan al ser en su ocultarse como aquel centro que efectúa la vuelta; centro en el que la pertenencia sobrepasa al necesitar y ~ necesitar sobrepuja a la pertenencia: es el ser como acontecimiento-apropiador que sucede a partir de este exceso de sí mismo el que efectúa la vuelta, y así se hace el origen de la disputa entre el dios y el hombre, entre el paso fugaz del dios y la historia del hombre.
Cualquier ente, por existente y único e independiente y pre-eminente que pueda aparecer al calcular y al gestionar carente de dios e inhumano, es sólo el acceso al acontecimiento-apropiador, acceso en el que buscan consolidarse los sitios del paso fugaz del último dios y la vigilancia del hombre, con miras a estar prestos para el acontecimiento-apropiador y a no oponer resistencia al ser, lo que, por cierto, hasta ahora tuvo que hacer exclusivamente el ente, tal como el propio ente y la verdad han sido hasta aquí.
Pensar la verdad del ser se logra sólo cuando en el paso fugaz del dios el hombre es manifiestamente investido por su necesidad, y así llega a lo abierto el acontecimiento-apropiador en el exceso de la vuelta, que tiene lugar entre la pertenencia humana y la necesidad divina, para exhibir el ocultarse del acontecimiento-apropiador como el centro, para exhibirse como el centro del ocultarse y acceder a ser una fuerza, y con ello llevar la libertad, en tanto ser-ahí, fundado por el salto en el fundamento del ser.
El último dios es el inicio de la historia más larga en su trayecto más corto. De larga preparación se precisa para el gran instante de su paso fugaz. Y, para preparar esto, pueblos y estados son demasiado pequeños, es decir ya demasiado sustraídos a cualquier crecimiento, sólo a merced de la maquinación.
Sólo los individuos, grandes y ocultos, procurarán la tranquilidad para el paso fugaz del dios, y establecerán entre sí el callado acuerdo, propio de aquellos que están preparados.
El ser, como lo más singular y menos frecuente, lo opuesto a la nada, habrá de retraerse de la masificación del ente; y toda historia, allí donde ella declina en su propia esencia, sólo estará al servicio de esta retirada del ser10 en su verdad más plena. Todo lo público, en cambio, se desplegará en sus éxitos y derrotas persiguiéndose vertiginosamente, de acuerdo a su manera peculiar, teniendo una vaga impresión de la nada de todo lo que sucede. Sólo entre esta masa y los auténticamente sacrificados se han de buscar y encontrar los pocos y sus alianzas, para poder vislumbrar que a ellos les sucede algo oculto, aquel paso fugaz, en oposición a todo arrastrar hacia lo veloz a cada “suceder”, para hacerlo al punto completamente manipulable y presto para ser consumido sin dejar resto. La inversión y confusión de las preguntas y de los ámbitos de las preguntas no será ya posible, porque la verdad del ser mismo, en la merma más aguda de su escisión, habrá llevado a la decisión las posibilidades esenciales. Este instante histórico no es ningún "estado ideal", porque resulta siempre contrario a la esencia de la historia; antes bien, este instante es el acontecer apropiador de aquella vuelta, en la que la verdad del ser llega al ser de la verdad, puesto que el dios precisa del ser, y el hombre, como ser-ahí, debe haber fundado la pertenencia al ser. Entonces el ser es, por este instante, en cuanto el más íntimo intersticio igual a la nada; el dios supera al hombre y el hombre sobrepuja al dios, por así decir, inmediatamente, y por cierto ambos sólo en el acontecimiento-apropiador que es la verdad del ser mismo.
Pero hasta este instante incalculable tendrá lugar una larga historia de recaídas y sumamente oscura. Este instante, además, tampoco podrá ser nunca algo tan ostensible como una “meta”. Los creadores deben prepararse a cada hora en el comportamiento del cuidado para la vigilia en el espacio-tiempo de ese paso fugaz. Y la concentración del pensamiento sobre este único punto, la verdad del ser, puede resultar sólo una senda sobre la cual lo imprevisible para el pensamiento es, no obstante, pensado; es decir, se inicia la metamorfosis de la relación entre el hombre y la verdad del ser.
 Con la cuestión del ser, que ha superado la pregunta por el ente y con ella toda “metafísica”, se ha encendido la antorcha y arriesgado la primera partida para la larga carrera. ¿Dónde está el corredor que recibe la antorcha y la alcanza a su pre-decesor? Todos los corredores, y cuanto más tardíos tanto más fuertes son, deben ser pre-decesores y no sucesores, quienes en el mejor de los casos sólo “mejoran” y refutan lo primero que se ha intentado. Los pre-decesores deben ser, siempre, tanto más originarios cuanto más los precursores (o sea aquellos que corren detrás de ellos) son iniciales, deben pensar aún más simple, rica e incondicionadamente singular lo uno y lo mismo que hay que preguntar. Lo que ellos toman, aferrando la antorcha, no puede ser lo ya dicho como “doctrina” y “sistema” o algo semejante, sino la obligación que sólo se abre a aquellos que son de procedencia abismal, a aquellos que forman parte de los obligados.
Pero lo que obliga es sólo lo no calculable, lo no factible, propio del acontecimiento-apropiador, la verdad del ser. Dichoso aquel a quien le es permitido pertenecer a la desdicha de su escisión para ser siervo en la interlocución siempre inicial de los solitarios, en la cual penetra el último dios haciendo señales, porque a través de esa interlocución el dios, en su paso fugaz, lo toma haciéndole señas.
El ultimo dios no es ningún final, sino el lanzarse en sí del inicio, y con ello la forma suprema de la denegación, ya que lo inicial se rehúsa a toda fijación y se esencializa solamente cuando sobrepuja a todo lo que ya se halla capturado en él como venidero y es entregado a su fuerza determinante.
El final está solamente allí donde el ente se ha desprendido de la verdad del ser y ha negado toda dignidad del preguntar, esto quiere decir, toda diferencia, para comportarse de acuerdo a posibilidades infinitas de lo que ha sido así abandonado en un tiempo infinito. El final es el interminable etcétera, al que lo Último, en tanto lo más inicial, se ha sustraído desde el inicio y ya desde hace largo tiempo. El final no se ve nunca a sí mismo, sino que se tiene por la consumación, y por tanto no está en lo más mínimo listo y preparado ni para esperar ni para experimentar lo Último.
Procedentes de una posición respecto del ente que se halla determinada por la “metafísica”, sólo con dificultad y lentamente llegaremos a conocer lo Otro; sabremos que el dios no aparece ni en la “vivencia” “personal” ni en la “masiva”, sino únicamente en el “espacio” abismal del ser mismo. Todos los “cultos” y las “iglesias”, como todas las cosas semejantes que se han dado hasta ahora, no pueden llegar a ser la preparación esencial del choque del dios y del hombre en el centro del ser. Pues primeramente debe ser fundada la verdad del ser mismo; y para corresponder a esta tarea, todo crear debe tomar otro inicio.
Cuán pocos saben que el dios espera la fundación de la verdad del ser, y con esto el salto del hombre en el ser-ahí. En lugar de ello, parece como si el hombre esperara y debiera esperar al dios. Quizá es ésta la forma más capciosa del más profundo ateísmo y el ensordecimiento de la impotencia para el padecimiento del acontecer apropiador de aquel advenir-ahí-intermedio del ser, que es el único que ofrece un sitio al acceso del ente en la verdad, y le asigna lo justo, que consiste en hallarse en la más lejana distancia del paso fugaz del último dios; lo justo, cuya asignación sólo sucede como historia: transmutando al ente en la esencialidad de su determinación y liberándolo del abuso de las maquinaciones, que lo trastornan todo y agotan al ente en el usufructo.
 
: NOTAS.
1.-El siguiente texto corresponde a la séptima sección del libro de Martín Heidegger Beitrage zur Philosophie. (Vom Ereignis). (Contribuciones a la filosofía. Sobre el acontecimiento-apropiador) Ed. por Friedrich-Wilhelm von Herrmann. Gesamtausgabe vol. 65. Frankfurt am Main 1989. Vittorio Kostermann. N. del t.
2.- Heidegger escribe a lo largo de la presente sección de su obra mayormente Seyn. Utiliza aquí Sein en el compuesto Seinsverlassenheit (abandono del ser), en la expresión Wahrheit des Seins (verdad del ser) y en Entzug des Seins (retirada del ser), allí donde lo señalo. N. del t.
3.- Sein.
*Aquí es preciso ver el acontecimiento-apropiador en relación al hombre, que a partir de él resulta determinado como ser ahí.
4.- Sien.
5.- Sein.
6.- Sein.
7.- Sein.
8.- Sein.
9.- Sein.
10.- Sein.
Martin Heidegger  
Mi agradecimiento a Nicolás Di Biase, quien gentilmente me envió este texto

sábado, 8 de junho de 2013

A vinda de Maitreya


 



Existe um quarto factor de extrema importância que, tal como no passado e em situações idênticas, assinalará indelevelmente a transição para uma Nova Era.
Os textos tradicionais anunciam para o início do ciclo de Aquarius a vinda de um Ser de grande estatura espiritual que guiará a Humanidade na reconstrução de um novo mundo. O seu símbolo, constante na iconografia universal, é o Cavalo Branco (na Cristã é S. Jorge – ou Akdorge para os Tibetanos – que vence o Dragão montado no seu cavalo branco). Denominado dos mais diversos modos: Kalki-Avatara, décima encarnação de Vishnu; o Bodhisatwa ou Senhor Maitreya das tradições trans-himalaias; Chenrezi, para os Mongóis; Iman Mahdi, para os Muçulmanos; Encoberto, para os Portugueses, sempre expressa o Avatara Branco do Ocidente, o Instrutor da Humanidade do novo Ciclo, o Cristo de Aquarius.
Com efeito, a crença na vinda de um Messias para o tempo de transição em que vivemos é inerente a todas as tradições. A vinda do Avatara, de "Aquele que vem", ou seja, o Regresso de Cristo anunciado há já dois mil anos, constitui a nota fundamental da expectativa geral, planetária.
De acordo com a tradição da Eubiose, um Avatara é a encarnação ou hipóstase do "Espírito de Verdade", uma Consciência Cósmica agindo no plano da limitação antropogénica, uma manifestação divina entre os homens expressando um dos princípios do Logos.
A Eubiose postula que, sempre que a humanidade vive um período de tensão planetária, surge um Messias, como um móbil poderoso capaz de operar mutações e renovos de importância crucial, a fim de inaugurar novos ciclos de evolução, novas civilizações, produzindo os impulsos necessários às transformações mentais e psíquicas do ser humano, derrubando as velhas formas.
A análise da conjuntura actual do mundo, permite compreender que se vive um tempo único e complexo e que, mercê do próprio metabolismo planetário, uma ocasião excepcional se oferece para o advento da vinda de Cristo, o Maitreya.
O Buda de Aquarius afirmar-se-á, como um Avatara Integral e é por isso que se diz no Vishnu Purana que o Kalki-Avatara descerá sobre a Terra "investido com os oito poderes do Yogui".
Graças à impulsão e desejos mais elevados, mesmo que inconscientes, das massas humanas, sob a forma de aspiração, a ponte tem sido construída entre a humanidade – consubstanciada nos Discípulos – a Hierarquia Oculta e o Propósito de Maitreya. O estímulo tornou-se extremamente intenso, apelando à mobilização dos grandes Iniciados da Hierarquia Branca para que aplanassem os Seus caminhos.
De facto, os Tempos são chegados para que, de novo, essa Centelha Divina se manifeste entre os homens, de acordo com a Bhagavad Gitã (IV, 7-8). Consigo vem, pois, aquela plêiade de Mestres, Seres superados, Auto-Conscientes e Perfeitos, segundo um processo conhecido em muitos escritos como "a exteriorização da Hierarquia".
Nosso Mestre, logo no início do século, preconizou e prescreveu para a Obra da Eubiose um conjunto de acções programáticas para serem realizadas pelos seus Discípulos, que se definem em função do objectivo fundamental de Aquarius e da Missão de Maitreya e substanciam no seguinte conceito: SÍNTESE.
– Síntese, como unidade humana, reconhecida pelo sistema solar, como "A Humanidade", através da sacralização alcançada pelos remanescentes que constituirão o quinto reino espiritual.
– Síntese, pelo estabelecimento das relações humanas com os reinos da natureza, com a hierarquia dévica e com os Seres Extraplanetários, interrompidas dramaticamente pela era sombria da Kali-Yuga, que conduzirá ao reconhecimento universal de "Um Mundo".
– Síntese, finalmente, porque a Sinarquia Divina terá o seu advento à face da Terra, o que significa que o Reino do Pai se estabelecerá entre os homens da superfície e as hierarquias do interior do planeta e conduzirá ao reconhecimento de que "os filhos de Deus são UM".